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2009 Refranes Mexicanos

agosto 16, 2012

Refranes Mexicanos 

 

Compilación y Glosa:

Luis Sandoval Godoy

Guadalajara, Jal. 

 

Como prólogo:

Por los frescos refranes populares.

Como queriendo ir por los recodos más escondidos del pensar, del sentir y decir de las gentes del pueblo.

Como quien se asoma a pozo hondo, regato húmedo, manantial oculto de donde brotan las expresiones genuinas del alma mexicana.

Como quien reúne en un tomo, siquiera dos centenas de esa inmensa producción de refranes que guardan el pensamiento íntimo nuestro pueblo.

Y un gesto despectivo, una expresión hiriente: ¿Refranes? Bah, mercadería intelectual de baratillo, erudición plebeya, que no merece atención.

Dijo la voz aquí anunciando refranes… hay que escucharlos y tenerlos como creación en repaso de siglos, venida de los talleres del pueblo.

El maestro Gonzalo de Berceo terciaba al hombro su capote pardo para crear “una estrofa en román paladino,

en la cual suele el pueblo fablar con su vecino”.

Muy dentro de nuestro pecho anidan las palabras, se remueven allá, burlan y juegan, saltan y ríen, son un canto y otras veces un llanto.

Palabras que avisan o amonestan, que hieren o acarician, que trazan perfiles o se atreven, como grafitero en el barrio, a dibujar escozores del vecindario.

El padre Antonio Peñalosa escuchó palabras de hombre… “gajo de su carne y de su espíritu, anunciación y crucifixión sobre la historia”.

Ahí viene en los siglos de este México entrañable, el pueblo sencillo desbordando por el camino del tiempo borbollones de refranes.

Brotaron sobre los surcos del arado, mientras el labrador soñaba historias de amor, aromadas por la tierra mojada con la sutil fragancia del terrón desgajado.

Destilaron como el agua con que oran y lloran las lluvias de octubre, bajo el tejadillo ruinoso de un atrio parroquial, donde unos hombres están queriendo glosar sermones del señor cura.

Dibujaron la mueca risueña, sombría o adusta de los labriegos frente a la chimenea lugareña desde donde la abuela comparte historias lejanas.

Huelen a romero y a tomillo, cuando no a los ajos y cebollas que escondía Sancho en sus alforjas tratando burlar el refinado olfato de su amo.

Nuestros refranes están en las raíces de la más pura tradición castellana, vienen hablando con el juglar

callejero, en sus endechas, sus piropos y sus picardías.

** + **

         Como para decir que este atadillo de refranes traídos en paciente y morosa búsqueda de más de veinte años, no son el mejor acierto para alimentar las páginas de un libro, por pequeño y simple que sea; hay tantos temas de enjundia honda, historias humas, inquietudes del hombre de hoy, divagaciones costumbristas en los diversos rumbos por donde discurre la vida humana, invención, creación, búsqueda literaria, trazo artístico y más y más; todo eso y no este acopio de baratijas sin dirección definida, no esta bisutería por donde va y viene sin llegar a punto fijo la voz popular.

Y la respuesta vehemente: ahí está el precio de los refranes, ahí su valor y su fuerza: son como sangre viva, como savia que no envejece ni se cansa nunca, es la expresión genuina, el fluir primigenio del alma de nuestro pueblo en espontánea, en fresca expresión, en pensamiento y reflexión, en aviso y enseñanza. Es la flor campesina, de la comarca, o de los rumbos sin rumbo de la geografía que surge a un lado del camino. ¿Quién la llamó a florecer, quién le abrió el espacio, quién la invitó a ofrecer sus encantos? Y la flor-refrán está allí derramando su gracia y galanura, su color y su acento en fragante lección.

Estos refranes en búsqueda mantenida de más de dos decenios y su glosa publicada en un periódico local, vino de los refranes que surgen todos los días en el habla popular, testimonio palpitante de ese sector que anima, define y da fuerza a la comunidad, apunte guardado en el libreta, luego de haber escuchado el “román paladino en el cual suele el pueblo fablar con su vecino”. De lo que se oye decir a la gente y de solemnes ediciones de refranes como una, edición de más de veinte mil, clasificados y ordenados por la Real Academia y publicados en Madrid en 1953; o como la sesuda colección de D. Darío Rubio, “ Refranes, Proverbios y Dichos, y Dicharajos Mexicanos”,en dos tomos, publicada por la Editorial A. P. Márquez en México, en 1937; y la fina y exquisita compilación de Porrúa, 1989, del “Libro para el pueblo. Contiene mil diez proverbios en verso. Por un mexicano”.

Hay otros cien librillos de refranes, algunos en relación alfabética, otros en distribución de temas, si refranes alrededor de la torería, o de la arriería, o de las zozobras de enamorados, y hasta uno de dichos alteños… Por sobre todos ellos se ha querido pasar en la presente recopilación, porque se entendió que el refrán es ubicuo, intemporal y universal, y mejor que ponerle etiqueta ninguna, dejarlos correr con la misma levedad del viento en una tarde de abril, o con los ventarrones helados de una mañana de invierno, o el estampido fragoso de una tormenta de junio a media noche.

Quiere esta colección ser simple y sin otra pretensión que la de explicar o tratar de  interpretar los refranes, enfoque que no correrá sin duda con la general aceptación de todos cuantos por aquí trajeran su atención; en todo caso, podrá verse este trabajo como un intento, un modo, una manera de solfear la tonada familiar, lo que se piensa que aquel refranero quiso decir cuando fue aportando hoy una palabra, un toque o un retoque, antes de parear los versos y darles ritmo y rima en que todos o casi todos, verso sin esfuerzo, dicen lo que dicen. El acervo de esta colección alcanza la suma de mil seiscientos y tantos refranes, de los cuales, apenas doscientos hallaron sitio en estas páginas. Que no vaya a suceder que alguien muestre contento en esta lectura, que no alguien esboce una sonrisa al leer cuatro de estas páginas, porque eso daría lugar a un siguiente pequeño tomo de refranes.

De tiempo en tiempo aparece cortada la ilación de los refranes por un pensamiento, una inesperada, o chusca o impertinente expresión popular. No es corte de capítulo. Es un simple descanso, o como referencia puesta en el camino que sirva de señal, tiempo, avance o espera en el espacio abierto de las páginas y facilitar al hipotético lector su paseo por este trigal airoso, en los aires dorados de un vesperal otoño.

*+*

Y la voz que reprime y restringe: parece que no ha oído el compañero lo que se dijo desde siempre: Gente refranera, gente embustera. Con eso hay para cerrar el libro.

Espere por favor el melindroso señor, porque también dijeron los antiguos: Hombre refranero, medido y certero. La respuesta al siguiente renglón.

Más todavía: Como las piedras de los ríos que se van rodando y puliendo unas con otras, así acaban los refranes, como joyitas que nos da el agua.

Y otra: el refrán es producto de la experiencia colectiva tan válida o más que la ilustración que dan las aulas, o los salones o los laboratorios.

Con el trazo de un salmo en voces pareadas, tienen alma de flor, cantarcillo de juglares, rosa del romance viejo que viene desde las mismas raíces castellanas.

Cuando el mundo se nos vuelve frío y duro, hay que recordar los refranes de nuestros antepasados y plantarlos en nuestra vida como un rayo de sol.

Esa hebra de sol ha de valer y ha de ser una lección de vida, un gracejo risueño que guarda un latido de nuestro pueblo; son sangre, son fe, son vida.

Y así dar curso a este deleitoso trasiego con que se quiere llevar el paso por el trigal dorado de esta simiente que aquí se inicia con el verso del poeta:

El segador con pausas de música                         Segaba la tarde.

Su hoz afilada, tan fino cortaba

las claras espigas

que el último sol de la tarde.

O entendiendo el refrán como un canto para el camino que por largos siglos ha entonado el ancho pueblo, sentir el gozo de repetir lo que dijeron aquellos:

Viajeros somos, viajeros

Que andamos nuestro camino:

Luna y monte, monte y luna,

Manto y silbo, pan y vino

 

Tonadilla de viajero:

Del corazón a la boca

Y de la boca al sendero. 

Con todo y sobre todo, el sentir general de quienes han visto y han querido hacer de los refranes un “evangelio chiquito” aplicado a la verdad, a la vida y al amor.

Y concluir esta presentación, santiguándonos, signándonos y persignándonos para iniciar con Pedro, Juan o Francisco, estas evangélicas lecciones…

 

 

 

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